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Siendo la música y el canto formas de expresar nuestros sentimientos, fácil es adivinar entonces el alma de los pueblos por su música y sus canciones.
Nuestra música nativa, me refiero a la que supo cantar el pueblo al son de la guitarra o del tamboril, estuvo formada por una mezcla de la antigua música popular española y la música indígena.
Cada región del país contribuyó con su música regional; en la llanura o como decimos, en la pampa, el gaucho payador cantaba el “cielito”, el “triste”, la “vidalita”, el “estilo”. Esta música era generalmente melancólica, como si reflejara la inmensidad del campo y el silencio de sus noches.
En las montañas, la música popular estaba representada por la “zamba” y la “zamacueca”.
La música de origen indio que encontramos en el norte, en Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero, es la “vidala” y el “huaino”, que se canta al son del tamboril y de la flauta de Caña. Es esta una música monótona y plañidera. La supo cantar el arriero mientras atravesaba quebradas y serranías; las cantó también el pastor en las altas mesetas de los Andes.
A pesar de su tristeza, hay en nuestra música folklórica una gran dulzura que llega al corazón. El “gato”, la “zamacueca”, la “media caña”, el “cielito”, el “escondido”, son músicas de baile y zapateo, acompañadas de cantos festivos y picarescos.
La “chamarrita”, la “polca” y el “chamamé” identifican hoy al litoral argentino y la “chacarera” a nuestra provincia de Santiago del Estero.