Luego, la familia, acorralada por la miseria, decide hacer un viaje (mediante la venta de algunas cosas de valor) a la Argentina. Y es el viaje, con el padre preso de alucinaciones, uno de los pasajes de mayor fortaleza literaria de la obra, que tiene su escenario y sus detalles lingüísticos de mayor densidad en dicha etapa del libro.
La vida en Buenos Aires, en una de las tantas villas miserias, nos hace ver de paso nuestra realidad: esperar, aguardar, roído por la impaciencia y el hambre, la llegada de los camiones que traen desechos, camas destartaladas de hospitales, cualquier cosa que se considera ya inútil.
En el basural hay de todo, aun cadáveres, sobre los cuales se echan los perros famélicos.
Y la novela continúa.
Y la vida en Buenos Aires tiene sus urgencias.
Vivir en una villa miseria presenta un panorama vacío, casi espectral.
Por una de esas cosas que tiene el destino, el protagonista, o sea, Armando Almada Roche, consigue trabajo (después de una afanosa búsqueda de empleos en la sección clasificados del diario Clarín) en un instituto, el Instituto Malbrán, donde se hacen experimentos con los animales. El solo hecho de haber madrugado y llegado primero, le da la oportunidad de conseguir el empleo.
Y su empleo consiste en limpiar las cajas de acero inoxidable de las lauchas salvajes. Escribe Armando Almada Roche: “Ni bien uno abría ligeramente con la espátula de hojalata la caja, las ratas, o lauchas, o lo que fuere, salían volando metiéndose por los rincones de la pieza, entre los muebles, en el baño, en cualquier lugar. Y yo tenía que agarrarlas una por una, tirándome y arrastrándome por el piso, y, cuando las agarraba, me mordían y las saltaba puteando, y mirándome las manos. Menos mal que estaban inoculadas, porque si no quién sabe qué clase de peste podrían contagiarme”.
Las circunstancias que debía sobrellevar en su lugar de trabajo eran delirantes, como puede leerse.
Y ese recorrido diario por los sitios donde estaban los monos, las víboras y otros monstruos del instituto nos muestran un lado entre grotesco, irracional y risible al mismo tiempo que la vida arrima al ser humano.
El tiempo de la fama de escritor y periodista le ha de llegar al protagonista con una entrevista hecha a Jorge Luis Borges. Dicho sea de paso, Borges daba entrevistas a la gente, pues le gustaba despacharse con su ingenio en torno a las preguntas. Y lo más suculento, de aquella suerte de estrella que cayó sobre el entrevistador, es que el autor de Fervor de Buenos Aires le confesó que era descendiente de Domingo Martínez de Irala, “un hombre que hizo mucho por el Paraguay”. Pero ahí no paran, por supuesto, sus éxitos. Se convierte en un profesional de las entrevistas; conversa con los más famosos escritores de la época, para envidia y celos rabiosos de los operarios del Instituto Malbrán.
Hace una nota al mayor de los poetas del Paraguay: Hérib Campos Cervera. En un decirlo todo: consigue llegar a la meta.
Esta novela es una suerte de autobiografía de una persona que sabe arreglar el mundo a su manera.
La obra tiene muchas escenas de sexo, de delirio, de humanidad que se lleva o se sobrelleva, según las circunstancias. Es la muestra más acabada de que el hombre hace su destino. No hay términos medios. Todo es radical en Paraguayo busca trabajo en Buenos Aires. El lenguaje arrastra al lector. En otra palabras, es una joya.
Delfina Acosta
BREVE RESEÑA DEL AUTOR:
Armando Almada Roche nació en Formosa, Argentina, de padres paraguayos, y pasó casi la mayor parte de su vida en Asunción, Paraguay. Ejerció los más diversos oficios: cantante, bailarín, dibujante, actor, periodista. Colaboró en los medios gráficos más importantes de Buenos Aires: La prensa, La Nación, La Opinión, Tiempo Argentino, Clarín, Siete Días, Primera Plana. También fue una suerte de corresponsal literario de los diarios de Paraguay: Hoy, Última Hora, La Nación, Ñandé. En la actualidad, colabora con el Suplemento Cultural del diario ABC Color.
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